Actualmente basta con presionar un botón, pero como adolescente, las revistas +18 eran una reliquia secreta, algo que tenía que buscar con calma y disfrutar con astucia.
Este artículo se publicó originalmente en mayo del 2014.
1. Durante mis años en preparatoria, guardaba mi pornografía en una caja blanca. Dentro de ella tenía una pila de revistas —en su mayoría Playboys, porque me gusta el porno limpio— y también un fólder morado lleno de mis imágenes favoritas, las cuales esparcía por todo el piso de mi cuarto y me sentaba en medio de ellas, algo así como una vieja versión de Tumblr.
2. El internet realmente cambió la manera en la que las personas se masturban. Actualmente, si quieres ver pornografía, sólo basta con presionar un botón y ya está. Pero como adolescente, recuerdo que las páginas de las revistas eran como una reliquia secreta, algo que tenías que encontrar y apreciar.
3. La primera vez que vi una revista pornográfica fue en cuarto de primaria, cuando unos chicos de mi salón se pasaron una por debajo de la mesa en la cafetería. Recuerdo haber sentido una extraña sensación, como si me fueran a descubrir tan pronto y tocara el papel, aunque todos mis amigos se reían de la situación. No estoy seguro de qué revista era, pero las fotos eran desnudos y armas automáticas. Recuerdo el sentimiento de haber visto más de lo que en realidad vi.
4. El dueño de la revista era un chico que después inició un negocio en el que podías comprar una página de esa revista, o alguna otra, por un dólar. Las cargaba por la escuela en su mochila. Según lo que nos contó, eran las revistas de su padre y decía que si tenías dinero, había muchas más. Nunca le compré nada. Eventualmente descubrieron su negocio y lo suspendieron.
5. Algunos días acompañaba a mi padre a su trabajo. En el camino, parábamos en una tienda de autoservicio. Sentía una extraña excitación cuando me paraba frente al estante de revistas y veía una de tatuajes en la que siempre había algo erótico. Esperaba el momento en el que nadie me estuviera viendo y aprovechaba para hojear la revista rápidamente. En lugar de visiones completas, apenas alcanzaba a registrar pequeños flashes y trataba de guardarlos en mi memoria para poder recordarlos después.
6. Una corta pero vívida memoria de cuando tenía cuatro o cinco años, es cuando tomé la revista pornográfica de un amigo de mi papá cuando fuimos a acampar. Recuerdo a todos sus amigos riendo cuando mi padre me arrebato la revista antes de que pudiera ver algo. Mi tío dijo algo como: 'Algún día podrás tener eso'. No recuerdo muchas cosas más de esa etapa de mi vida.
7. El primer desnudo frontal que vi fue en una versión del videojuego DOOM para PC. El vecino mayor de un amigo mío había editado el programa para remplazar las paredes del videojuego con una imagen de Pamela Anderson. Para él no significaba nada, pero yo no podía apartar la mirada de la imagen. Después de ese día, pasé semanas pidiéndole una copia del juego a mi amigo. Esperé y esperé. Cuando por fin llegó el disquete 3.5'' era la versión normal de DOOM. No había ninguna Pamela, sólo armas y sangre. Lo jugué de todas maneras.
8. Eventualmente encontré la pequeña colección de revistas para adultos de mi padre. Su escondite era uno de los cajones de su clóset y estaban cubiertas con una playera. Probablemente ésta era la manera más común para encontrar pornografía. Mi papá tenía Playboys, más que nada, aunque también había un par de Penthouse. Esperaba a que mis padres salieran de la casa, después me llevaba las revistas a mi cuarto y las miraba con atención, tratando de no dejar rastros de que las había hojeado.
9. Me preocupaba mucho ser descubierto o saber que se había dado cuenta de que tomé sus revistas. Calqué las imágenes que más me gustaban en papel carbón. Eso me excitaba más que símplemente mirar las fotos. Eventualmente tuve el valor de cortar una o dos páginas de alguna revista, siempre con mucho cuidado para no dejar rastros.
10. Siempre había alguna tienda que vendía pornografía a quien fuera, sin preguntar edad. Cuando tuve mi permiso para conducir, manejé hasta una de estas tiendas, literalmente temblando. Las primeras veces que lo intenté, caminé por toda la tienda y terminé comprando solamente dulces. Después le pagué 20 dólares a un chico que se veía mayor que yo para que me comprara una Playboy. Bien pendejo.
11. Volví a mi casa y cerré la puerta de mi cuarto con llave. Por primera vez tenía en mis manos mi propia revista. Miré cada página cuidadosamente, examinando las imágenes antes de continuar con la siguiente. Era un número con Jenny McCarthy. En las fotos, aparecía tomando un baño con un montón de fotos. Probablemente me masturbé mirando esa revista más de 50 veces, pero cada vez era distinta.
12. Después de un tiempo, por fin tuve el valor de comprar una revista por mí mismo. Fui a la tienda de autoservicio, no sin antes dar unas vueltas en el coche para armarme de valor. Todavía recuerdo mi voz de puberto diciéndole al encargado, un señor de 50 años, lo que quería comprar. Compré la revista y salí sintiéndome como si me acabaran de liberar de la prisión, caminé a mi auto, manejé y me pasé un semáforo rojo, por lo que me detuvieron unos policías. Estaba temblando con la Playboy en una bolsa bajo mi asiento, como si fueran drogas.
13. Estoy bastante seguro de que la idea de tener conmigo pornografía era mucho más excitante que el mismo porno. Es como si tuviera un extraño poder en mi posesión. Y pronto, con el limitado rango de opciones, a veces imaginaba situaciones sexuales sin necesitar las revistas. Aunque hay algunas imágenes tan grabadas en mi mente que seguro estarán ahí hasta que muera. Ahora, ninguna de las opciones que hay en internet se quedan en mi cabeza por más de diez segundos, hasta que doy click y veo algo más.
14. Hace poco encontré mi fólder morado. Le eché un vistazo y fue bastante raro, como si entrara a un museo que nadie más puede visitar. Dentro de él hay reliquias que sólo yo podía usar para mi propia satisfacción. Cada una de ellas tiene una pequeña historia que sólo yo conozco. Después de años de pornografía fácil, veo estas reliquias como si fueran cómics o ropa que solía usar. No había millones de personas que pudieran acceder a mi secreto. A pesar del tiraje de la revista, parecía algo hecho sólo para mí.
15. Ahora, es claro que la emoción estaba en la búsqueda. El día que tuvimos internet en mi casa lo primero que hice fue bajar una imagen de Jenny McCarthy, no era muy distinta a las que ya tenía en las revistas, pero ahora podía verla en repetidas ocasiones. Siempre estaba ahí, incluso más veces de las que me podía masturbar. Muy pronto guardé el folder en su caja y lo puse junto a todas las cosas que jamás toque de nuevo, como una cobija o un juguete. La cambié por un mundo en el que es tan fácil obtener una copia de cualquier cosa, que es difícil imaginar cómo es que la gente recuerda qué es lo que quiere.